El bilingüismo favorece
también la inteligencia social.
Los últimos estudios confirman el beneficio cognitivo y para
la salud que aporta hablar varias lenguas.
Ignacio Morgado Bernal
19 ABR 2016 - 13:42 CEST
A mis hijos Claudia y Pau, que
hablan en catalán con su madre y en castellano con su padre.
En un artículo anterior de este
mismo diario tuve ocasión de exponer diversas ventajas del multilingüismo que
van más allá del incremento en las posibilidades de comunicación entre personas
de distintos lugares y países. Comentamos entonces los descubrimientos y
observaciones científicas que muestran que las personas bilingües tardan más
que las monolingües en sufrir neurodegeneración y enfermedades mentales, y
vimos como el multilingüismo se ha mostrado también capaz de favorecer la
flexibilidad y las funciones ejecutivas del cerebro, es decir, las que nos
permiten razonar, resolver problemas, planificar el futuro y tomar decisiones.
Desde entonces, la investigación
del ramo ha seguido aportando nuevos datos, y aunque algunos de ellos han
cuestionado el que toda la actividad ejecutiva del cerebro pueda beneficiarse
de esa mayor fluidez que proporciona la práctica regular de diferentes lenguas,
no han dejado de producirse nuevos hallazgos que apuntan todos en la dirección
del beneficio cognitivo y para la salud que aporta el multilingüismo. Así, en
los últimos años se ha confirmado el efecto del bilingüismo para retardar el
deterioro mental en la vejez con independencia de la educación y de la
condición de inmigrante de las personas, y se ha confirmado también que la
práctica continuada de una segunda lengua, incluso cuando es aprendida
tardíamente, preserva en los mayores la integridad de la sustancia blanca, es
decir, los ramales y prolongaciones de las neuronas que permiten la
comunicación entre diferentes partes del cerebro. Ya puede imaginar el lector
lo importante que resulta el mantener esa comunicación para la mayoría de los
procesos mentales.
Pero el hallazgo más sorprendente
y quizá más relevante de estos últimos años tiene que ver con ventajas no estrictamente
lingüísticas del multilingüismo. Un equipo de investigadores de la Universidad
de Chicago, encabezados por la psicóloga Katherine Kinzler, ha puesto de
manifiesto que aunque el aprendizaje temprano de una lengua sea necesario para
la adquisición de un lenguaje formal, puede no ser suficiente para garantizar
el desarrollo de una forma eficaz de comunicación en el niño. La clave de una
buena comunicación radica en que cada interlocutor sea capaz de situarse en la
perspectiva de su oponente, lo que significa que para comprender la verdadera
intención de quien habla uno debe ser capaz de situarse en la medida de lo
posible en la perspectiva de quien habla, y es precisamente ese posicionamiento
lo que los mencionados investigadores han demostrado que favorece también el
multilingüismo.
Para ello hicieron un experimento
con 72 niños de ambos sexos con edades comprendidas entre 4 y 6 años. Según la
información proporcionada por sus padres, 24 de esos niños siempre habían
hablado inglés y tenían poco contacto con niños que hablasen otras lenguas.
Eran los considerados monolingües para el experimento. Los padres de otros 24
niños manifestaron que sus hijos aunque tenían el inglés como lengua primaria
se relacionaban regular aunque no intensamente con niños que hablaban otras
lenguas. Para el experimento fueron considerados como el grupo de niños con
exposición a otras lenguas diferentes a la propia. Por fin, los padres de un
tercer grupo de 24 niños manifestaron que sus hijos hablaban, entendían y
practicaban regularmente dos lenguas, es decir, eran bilingües.
No hay comentarios:
Publicar un comentario